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Vi toda la tierra surcada por unos
caminos muy largos, anchos y grises. Algunos estaban sostenidos por enormes
columnas que se acercaban a la bóveda del cielo.
Sobre los
caminos había unos monstruos brillantes, de distintos colores y formas, que corrían
muy fuerte en todas las direcciones.
Sentí mi
corazón agitarse por la visión.
Yo veía la
gran muchedumbre de monstruos corriendo juntos y no entendía porque no se
peleaban entre sí ni hacia donde iban.
De repente vi
algunos, apartados al costado, que parecían haberse enfrentado en lucha. Partes
de sus cuerpos estaban dispersas en la cercanías. En ese momento pude apreciar
algo parecido a dos pares de alas a sus costados. Algunos las tenían abiertas,
otros las mantenían pegadas al cuerpo. Se podía advertir que algunas bestias
estaban heridas porque salía sangre desde su interior.
Los ojos de
los monstruos despedían un fuerte resplandor, como la luz del sol cuando se
refleja en el lago. Y yo no podía verlos sin encandilarme. La luz de sus ojos
llegaba a mucha distancia por delante de ellos.
Vi sus patas,
negras y redondas. Se movían muy veloces y, mientras lo hacían, se escuchaban
sus rugidos que eran más fuerte que los de un león.
Casi siempre
se movían hacia delante, siguiendo la dirección del camino; pero algunas veces
lo hacían hacia atrás sin necesidad de girar; eran como un hombre que se
moviera de espaldas.
A veces,
aunque se encontraran quietas, se escuchaba su rugido. Parecía que unas a otras
se estaban diciendo algo antes de empezar a correr nuevamente.
De sus colas
salían unos vapores con un olor parecido al del carbón y el azufre quemándose
juntos.
Y un ángel me
llevó a un lugar donde había algunos de esos monstruos encerrados tras algo
parecido a unas cortinas de agua, transparentes, frías y sólidas. Al ver los
monstruos tuve miedo, pero el ángel me dijo que estaban dormidos. Le pregunté
sobre la extraña cortina y me dijo que tuviera cuidado con ella para no
lastimarme, porque era frágil y podía romperse con un golpe fuerte.
Allí se veía a
los monstruos descansando. Sus ojos no tenían aquel resplandor pero sus cuerpos
estaban más brillantes.
Sobre la
prisión en la que estaban podían verse una escritura que yo no entendía. Y el
ángel me dijo que ese era el nombre de los monstruos y me pidió que lo anotara:
Autos.
Daniel
Adrián Madeiro
Copyright © Daniel
Adrián Madeiro.
Todos los
derechos reservados para el autor.
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