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Muchas cosas pueden dar satisfacción en este mundo,
pero el verdadero conocimiento de sí mismo
es la mayor de las conquistas.
Desplegamos las velas de punta a
punta, con orgullo, con valentía.
Pero un abismo nos separaba de
los navegantes expertos y cautelosos.
Éramos jóvenes.
Cada nuevo viento que soplaba nos
arrastraba donde quería. Creíamos ser los que ordenábamos el curso pero no,
eran ellos, los vientos.
Así pasamos los años juveniles
entre brisas y tempestades, hasta que en una noche densa, parecida a nuestra
ceguera, nos estrellamos sin remedio.
Lejos de casa, engreídos viajeros
sin brújula, ahora estábamos solos y perdidos.
Ese día abrimos los ojos y al
vernos reflejados en el agua sentimos vergüenza por la irresponsabilidad de
tantos años.
Lloramos y pedimos ayuda.
Nadie se interesó.
Si no fuera por el niño que nos
nació, nunca hubiéramos encontrado alivio.
Él nos devolvió la esperanza, nos
vistió de responsabilidad.
Ahora esperamos en DIOS rogándole
que lo haga más inteligente que nosotros.
Daniel Adrián
Madeiro
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© Daniel Adrián Madeiro.
Todos los derechos
reservados para el autor.
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