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El cielo estaba poniéndose todo rojo. Como tú
cuando te descubren haciendo alguna travesura.
¿Qué había hecho? ¡Nada!.
Lo que pasaba, simplemente, es que estaba
atardeciendo.
¿Miraste hacia arriba en las tardes?. Hazlo. Un poquito antes que se
haga de noche, mira el cielo cuando se esconde el sol. Verás que parece como
pintado de un color rojo anaranjado. ¡Es algo hermoso!.
Bueno, eso es lo que estaba pasando cuando Carlitos Plumin, el
gallito, se puso a cantar enloquecidamente.
¿Un gallo cantando al atardecer?.
Sí, al atardecer.
Siempre hacia lo mismo. A él le gustaba cantar a esa hora del día.
-Todos los gallos que conozco cantan por la
mañana - decía - ¿Por qué?, ¿No se dan cuenta que despiertan a la
gente?. Tenemos que cambiar. ¡Es tan bonito cantar al atardecer!. En lugar a
despertar a los hombres para que vayan a trabajar, yo les anuncio que pronto
vendrá la noche y con ella el descanso. ¿No es mejor?-.
Y así lo hacía. Durante cinco minutos la cantaba a la salida de la
luna, parado en la punta más alta del gallinero.
Las gallinas murmuraban: -Es un loco, pero ¡Es
tan lindo!-
Los viejitos del barrio protestaban: -¡Cállate
gallo loco!. Hace rato que amaneció-.
La gente grande más joven comentaba: -¡Que
caso extraño este gallito!-
Los chicos sólo se reían.
Plumin tenía la cresta toda roja y levantada. Su
traje de plumas estaba matizado de blanco, amarillo y marrón. La cola era bien
erguida y blanca como la leche. Su mirada tierna pero segura.
Las gallinitas estaban orgullosas de su gallito.
¡Era tan vistoso!.
Y no sólo eso, también era muy amable. Jamás las
maltrataba. Siempre las tenia cerca suyo. Un día picoteaba maíz con una, otro
día con otra y así quedaban todas contentas.
Incluso si alguna gallinita tenia pollitos, él la
ayudaba en la educación de los pequeñuelos. Les enseñaba a elegir las semillas
chiquitas ocultas bajo el pasto, a raspar la tierra en busca de lombrices, a
sacarse los bichitos entre las alas y las patas y, por supuesto, a hacerle caso siempre a mamá gallina.
Era muy especial. Se distinguía de otros gallos.
Todos en el gallinero lo querían muchísimo.
-¡Qué lindas y dulces son las gallinitas que
andan por aquí! –decía.
-¡Ah!, ¡Qué palabras tan galantes y hermosas,
Don Plumin!- suspiraban las gallinas.
-¡Qué lindo es ver a los pollitos portándose
bien y aprendiendo cada día más para lograr ser buenas gallinas y gallos cuando
crezcan!, ¡Estoy orgulloso de ustedes pequeños! –comentaba.
-¡Y nosotros estamos orgullosos de nuestro gallito!- gritaban
los polluelos.
Así pasaban los días y gracias a las buenas costumbres y la alegría
que naturalmente caracterizaba a Carlitos Plumin, su fama y su modo de ser
trascendió por otros corrales.
Hasta vacas, ovejas y caballos comenzaron a copiar su ejemplo. Se
trataban dulcemente, se ayudaban, no olvidaban ser agradecidos con sus pares y
con la vida.
Tanto cambió todo gracias a su constante invitación a hacer las cosas
bien que una tardecita, cuando Carlitos Plumin se puso a cantar como siempre,
todos los vecinos se pusieron de acuerdo y, desde ese día, se juntan para
escucharlo y aplaudir su maravilloso canto.
Daniel Adrián
Madeiro
Copyright © Daniel Adrián
Madeiro.
Todos los derechos
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