Foto Google |
Todavía el sol no se había
recostado totalmente.
Él disfrutaba los últimos versos
de un poema de Ansel Hollo acompañado por un equilibrado cielo matizado de
rojo.
Lo emocionó el final.
-Permiso, Señor.
-Pase, por favor, Comandante.
-Gracias, Señor.
-¿Y?, ¿Cómo marcha el trabajo?
-Despacio pero firme.
-¿Cuánto hicieron hoy?
-Calculamos que un cuatro por
ciento.
-Es cierto, va lento.
-Podríamos ir algo más rápido
pero Usted dio la orden...
-Sí, sí. La estructura edilicia
se debe conservar. Será útil.
-Tarde o temprano se acaba.
Cortamos el agua, el gas, no hay alimentos...
-Sí, sí. ¡Muy bien! Lo que pasa
es que soy algo impaciente y, además, no me resulta muy gratificante.
-Hay que hacerlo, Señor.
-Hay que hacerlo. ¡Oh, Dios!
-Ya reservamos cien mil en la
colonia. Allí todo será programado conforme la necesidad.
-Terminen lo antes posible. Me
agota esta espera.
-Vamos tan rápido como podemos.
Lo que pasa es que se han organizado, tienen alguna que otra arma, están
escondiéndose en túneles. No es tan fácil.
-¡¿Quién hubiera dicho que la perfección tecnológica nos iba
a llevar a esto?!
-Señor, los pobres estaban destinados a desaparecer. Ya hay
reemplazo. Listo.
-Lo felicito. Está prestando un gran servicio al gobierno.
Ahora aparecían las primeras sombras de la noche.
Tras el humo de su cigarro, releyó los últimos versos de “Destino
manifiesto”:
“...disfrutar una tarde tranquila, sumamente agradable,
observando cómo la ultísima técnica militar
elimina la pobreza del mundo
en su forma más obvia: los pobres”.
Daniel Adrián
Madeiro
Copyright
© Daniel Adrián Madeiro.
Todos los derechos reservados para el autor
No hay comentarios:
Publicar un comentario